jueves, 5 de febrero de 2009

Brevisima reflexión acerca de la familia, a raíz de la controversia yucateca por la propuesta de legislación sobre los matrimonios entre homosexuales.


Uno de los principales cimientos sobre los que se asientan los defensores de los más extremos valores conservadores, es en el presupuesto de inmutabilidad de la sociedad. En las recientes discusiones acerca de la pertinencia de legislar las uniones entre homosexuales, salta a la vista la férrea defensa que los partidarios de la familia tradicional han hecho, señalando que en nuestra sociedad siempre ha existido una forma única de ver y entender a la familia a través del tiempo.

Un análisis serio acerca de la historia de la familia por lo menos en México (ya no digamos en el vasto y multicultural mundo que nos rodea) nos pone de manifiesto que los tipos de organización familiar han variado de pueblo en pueblo, y de región en región, adaptándose siempre a las necesidades prácticas de las personas que la han conformado. El paso del tiempo y las circunstancias han obligado a modificar la idea de familia de una forma sutil pero constante, lo que invalida el argumento mayoritariamente religioso de una sola unidad familiar conformada por madre, padre e hijos, que de acuerdo a su lógica es aplicable en todos los contextos y en todas las situaciones.

La tradición Judeo-cristiana de las que son descendientes las iglesias católica y protestante (entre otras de amplia presencia en nuestro territorio) y su modo de entender a la familia, no constituyen mas que un segmento de la realidad. Como tradición nacen en Europa, continente pequeño en proporción con el resto del mundo y a pesar de que en la actualidad sus adscritos se encuentran en la mayoría de los países del globo, no constituyen más que el 17% de la población mundial según estadísticas. A su alrededor existen un amplio abanico de cosmovisiones a las que sería ridículo y simplista calificar de equivocadas solo por el hecho de no corresponder a las suyas.

Siendo justos, la heterosexualidad como tal “nace” en el siglo XIX, luego de la revolución industrial y de la mano de los burgueses más que de los religiosos, estos sólo la adaptan a su conveniencia. En las épocas de las civilizaciones mediterráneas (Roma y Grecia por ejemplo) la palabra homosexual no existía, pues el contacto sexual entre personas del mismo sexo no era considerado una perversión. La homosexualidad y la homofobia aparecen recientemente como tácticas de dominación y exclusión inexistentes en otros periodos. Es por eso que se hace tan apremiante tomar conciencia de la necesidad de legislar acerca de este problema, puesto que se ha convertido en una laguna jurídica debido a su carácter de tabú.

Para nuestra fortuna, la guerra de reforma nos dejó como legado una separación entre la iglesia y el estado, que en situaciones como esta hay que apoyar. No podemos basarnos en “buenas conciencias” ni en “morales sanas” para legislar, hay que tratar de ser lo más objetivo posibles a la hora de tomar una postura. Se que ha muchos políticos a la hora de discutir la propuesta de bodas gay les dará escozor. Pero esto no debe ser una limitante infranqueable, al contrario debe ser un punto de partida. Ante todo deben informarse tanto ellos como los ciudadanos de la verdadera naturaleza del problema, tampoco nos podemos estar guiando en base a estereotipos segregacionistas, ni en supuestos, ni en ideas incuestionables.

Por último, aquellos que se escudan en la supuesta ausencia de discriminación en el impedimento de las uniones homosexuales simplemente por que así esta estipulado en la ley olvidan dos cosas: la primera que las leyes tan poco son entes inmutables a los que la sociedad debe adaptarse, sino al contrario que las reglamentaciones deben adecuarse a la evolución de una sociedad, y que el hecho de que en la ley se encuentre estipulada exclusivamente el matrimonio hombre-mujer no la exime de ser discriminatoria. El Apartheid en Sudáfrica era ley pero aun así racista.